Es común
observar en contextos educativos y de rehabilitación, que se insiste a las
personas con discapacidad visual en la afirmación de que son personas
“diferentes”. Esta afirmación en la que se hace tanto énfasis, termina
permeando el autoconcepto y la autoestima de quien la escucha todo el tiempo.
En esta entrada, se realizará una crítica a dicha práctica, a partir de los
fundamentos del modelo cognitivo-conductual en psicología.
Desde
una perspectiva evolutiva, se puede deducir que el periodo en que más afecta
esta creencia es durante la adolescencia, pues las limitaciones propias de la
discapacidad se redescubren y se hacen más notorias; además, en esta etapa la
identidad se encuentra en proceso de desarrollo, por lo tanto es fundamental la
pertenencia a un grupo y la identificación con los pares. Por supuesto, quien
ha crecido con la idea de que es una persona diferente, sentirá que es casi
imposible que pueda hacer parte de un grupo pues no se reconoce como igual a
los demás, lo cual se traduce en una lucha constante por encontrar referentes
que le permitan construir su propia identidad, teniendo en cuenta que la
persona ha crecido con la idea de que sus pares no son sus iguales a menos de
que presenten la misma discapacidad.
Tomando el
paradigma del procesamiento de la información (esquemas cognitivos), se puede aseverar
que la persona que desde edades tempranas a estado expuesta a afirmaciones como
la que aquí se está cuestionando, desarrollará una estructura cognitiva que, en
la edad adulta podría generar una visión negativa de sí mismo, pues la persona
se considerará como un elemento que no encaja en el orden social, ajeno a su
entorno, segregado, excluido. En casos más graves, esta visión negativa de sí
mismo sumada a una visión negativa del mundo y del futuro, completaría lo que
en psicología se conoce como la triada cognitiva de Beck, desencadenando un
trastorno depresivo.
En el
plano conductual, el creer que se es diferente en su sentido más literal,
probablemente propicie comportamientos relacionados con el aislamiento, un
repertorio de competencias sociales y conductas prosociales bastante limitado,
conductas desadaptativas en contextos de interacción con los pares, y demás
comportamientos relacionados con los procesos de interacción. En casos más
graves, es posible que la persona desarrolle un trastorno depresivo o fobia
social.
Es de
anotar que, ante un pensamiento tan arraigado en la estructura cognitiva de la
persona, posiblemente se presentará un alto nivel de resistencia ante la
proposición de conductas alternativas que propicien una adecuada interacción e
integración al entorno social.
La
intención de este escrito no es patologizar a las personas con discapacidad
visual; es cuestionar la veracidad de algunas afirmaciones que comúnmente se escuchan
en contextos educativos y de rehabilitación, y que podrían tener consecuencias
no deseadas en la salud mental del destinatario de la frase. De hecho, si se
somete esta frase al cuestionamiento socrático, se concluirá que es una
creencia irracional, pues no existen dos personas completamente iguales, siendo
la diferencia el punto de partida que permite deducir que existe dicha
igualdad. O en palabras de Carlos Skliar, quien responde al interrogante que
titula esta entrada: “De lo que se trata es de poner en relieve las
diferencias, sí, pero no como atributos de algún sujeto o grupos de sujetos.
Recordemos que las diferencias siempre están en relación y allí no es posible
determinar “quién es el diferente”: Hay diferencias de cuerpo, pero no un
particular sujeto diferente de cuerpo, hay diferencias de aprendizaje, pero no
un sujeto específico diferente de aprendizaje, hay diferencia de lengua, pero
no un sujeto diferente de lengua, etc.”
Para
finalizar, se invita a padres, maestros y rehabilitadores a prestar mayor
atención al impacto que podrían generar algunas frases que con frecuencia son
dirigidas hacia las personas con discapacidad, cuidando que tengan un efecto
positivo en el proceso de inclusión y en la autoestima de quien recibe el
mensaje.
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